sábado, 28 de noviembre de 2015

SON LAS FOTOGRAFÍAS DE MIS VIAJES. Cabo de Buena Esperanza. Sudáfrica

Los que seguís mis post ya sabéis que cuándo era niña tenía una verdadera pasión por la lectura de libros que me transportaran a lugares exóticos, a latitudes desconocidas, a sitios arqueológicos de ensueño, a tribus habitadas por personas física y culturalmente tan distintas que se me antojaban casi de otro mundo. Entre mis lecturas, siempre me llamaron la atención las de los pioneros. Aquellos hombres (mayoritariamente ellos eran los que se hacían famosos, aunque en las expediciones les acompañaran mujeres valientes) que abrían rutas desconocidas, veían con sus propios ojos las maravillas de la Naturaleza y las que habían construido los hombres y regresaban, o no, a sus países de origen habiendo recogido en un diario de viaje todas las peripecias y experiencias vividas.
Si los que lo hacían a pie ya me parecían extraordinarios, imaginaos lo que significaban para mí los que tomaban un barco, sin conocer los vientos, las mareas ni las probabilidades de tempestades, y se hacían a la mar en barcos que, como la carabela, por ejemplo, no tenían quilla (todavía no se había descubierto) por lo que virar y tomar el rumbo no dependía del propio navío, sino de las corrientes marinas que te empujaran a uno u otro lugar.
Así que, entre mis imprescindibles, apuntados en la memoria como a fuego por la ilusión de la infancia y la expectativa de poder estar ahí algún día, estaba sin lugar a dudas, el Cabo de Buena Esperanza, a pesar de que tras los años he descubierto que no se trata de la punta más al Sur del continente africano, sino que ésta se encuentra a un centenar de kilómetros y tiene el nombre de Cabo de Agulhas.
Quería ver el lugar en el que los navegantes portugueses sobrepasaron el Atlántico y entraron en el Índico en el siglo XV, para imaginar lo que tuvo que representar para ellos y para la Humanidad conocer que al final de esa infinita costa del continente africano, al virar hacia el Este, había una inmensidad abierta, por descubrir y por conquistar, para establecer una nueva ruta marítima hacia países del Extremo Oriente por los que únicamente se podía acceder por tierra por la llamada Ruta de la Seda (otra de mis pasiones).