domingo, 5 de julio de 2015

SON LAS FOTOGRAFÍAS DE MIS VIAJES. UN CAFÉ PARA RECORDAR. El viento de mis velas. José J. Picos Freire.

José Juan Picos Freire, autor del libro "El viento de mis velas", ha tenido la gentileza de invitarme para escribir un post relacionado con el mundo del café, en su blog.
Tengo la obligación de presentarme para dejar constancia de que no soy escritora, aunque me gusta mucho escribir, así que sed benevolentes en la lectura, aunque no en la crítica.
Mi relación con Picos Freire ha sido a través de google+ dónde compartimos entradas y comentarios de nuestros respectivos blogs. El mío es una invitación a viajar, el suyo a pensar. 
Comparto con José Juan la pasión por el café y estoy literalmente enamorada de las entradas que publica en este blog, por este motivo, no he podido negarme a aceptar su invitación. Este es mi humilde relato.

UN CAFÉ PARA RECORDAR 

La vida me debe alguna explicación. No sé cómo llegué hasta aquí y no comprendo nada de lo que ocurrió. Todo parecía andar sobre ruedas y tenía la certeza de pisar terreno firme, pero en un instante todo cambió.

Únicamente retengo en mi mente, y de forma vaga, la mañana en la que perdí cualquier atisbo de referencia sobre mi vida anterior. Sé que estaba en París, llegaba tarde, parece que no es nada extraño en mí, y tenía la sensación de que el taxi no acudiría a tiempo. Seguro que sería imposible asistir a la cita a la hora prevista, aunque ahora soy incapaz de recordar dónde era. No sé porqué, pero estoy segura de que la ropa que había elegido para la ocasión no era la más adecuada. Seguro que los zapatos que me había regalado Marcus hubieran quedado mejor, pero nuestra ruptura fue tan traumática que apuesto que no los había elegido, aunque en realidad, soy consciente ahora, de que son los mejores de mi armario.

Recuerdo ver llegar el taxi y a mi mano agitarse de forma violenta para llamar su atención. Buenos días escuetos y la dirección. Ahora soy incapaz de recordarla. En la radio del taxi sonaba música de los ochenta y mi deseo era, a la vez, que el viaje fuera corto y largo. Tenía prisa y no quería tenerla. La música me transportaba a mis años de juventud y podía cantar cualquiera de las canciones que, una tras otra, iban saliendo por el altavoz, lo que me hacía muy feliz. Con cierto pudor bajaba la voz cada vez que llegábamos a algún semáforo y nos deteníamos, aunque el taxista, un hindú con turbante sij, me miraba por el retrovisor y sonreía. Al final, el taxi se detuvo, saqué la cartera de mi bolso recién estrenado, pagué la carrera y bajé del coche frente a un edificio que ahora no puedo recordar.

Ese es mi último recuerdo, a partir de ahí todo se oscurece y no soy capaz de enhebrar ningún otro pensamiento coherente. La realidad se vuelve difusa, apenas como un reflejo o, más bien, un espectro sin objetividad.

Ahora estoy sentada en un banco del jardín de la que dicen es mi casa, tomando un aromático Blue Mountain, intentando recomponer mi vida y buscando el punto de apoyo que me haga recordar quién soy y cuál ha sido mi preexistencia. Necesito encontrar las huellas de mi pasado, hallarme en el tiempo y resucitarme a mí misma. Cada sorbo de café me devuelve la reseña de sensaciones ya vividas y no puedo separar mis labios de la taza de la Royal Copenhagen que contiene el extraordinario brebaje, ni mi nariz de su aroma, mientras escucho canciones de los ochenta, intentando que acudan a mi mente las historias, personajes y sucesos que han configurado mi vida. 
Elisenda Segura 


Vajilla y juego de café de la Familia Romanov, Zares de Rusia. Palacio de Verano. San Petersburgo. Rusia.