martes, 19 de mayo de 2015

SON LAS FOTOGRAFIAS DE MIS VIAJES. Macchu Picchu. Perú.

Cuando era pequeña, con mis amigas en el colegio, siempre nos preguntábamos qué lugares del mundo nos gustaría visitar. Uno de los que siempre se repetían era las Cataratas del Niágara, creo que por la influencia de las lunas del miel de los famosos, otro sin lugar a dudas París, por aquéllo del romanticismo, y entre los más demandados, Hawai. 
A medida que fuimos creciendo estas preferencias infantiles se fueron sustituyendo por otros lugares más enigmáticos y con misterio: era la época en la que leíamos libros de aventuras con personajes que se dedicaban a descubrir tesoros o ciudades perdidas.
Y fue entonces cuándo nuestras ilusiones derivaron en visitar Macchu Picchu, Chichen Itzá, el Lago Ness o Persépolis. Sin olvidar Cachemira, no me preguntéis por qué.
Poco a poco la vida me ha regalado poder ver con mis propios ojos los deseos de infancia y juventud, aunque, afortunadamente aún me quedan muchos por descubrir. Pero sin lugar a dudas, la fotografía que hoy comparto es de uno de esos lugares en los que se siente la magia.
Ya os conté en otro post que tuve la fortuna de poder alojarme en el hotel del recinto arqueológico, y disfrutar de la ciudad antigua en soledad, únicamente con el guía y otra pareja más. Este es un privilegio que agradeceré siempre, puesto que el silencio en un lugar así es un tesoro, ya que siempre está abarrotado de gente. Todo Macchu Picchu vacío, sin ningún visitante, en un atardecer maravilloso, en el que sólo se oía el agua corriente y el viento. 
La fotografía corresponde al día siguiente, por la mañana, en la que volvimos a visitar el recinto, pero ya en compañía de otros turistas.